Lucio Nicoletto fue nombrado obispo de São Félix do Araguaia (Brasil) por el Papa Francisco. Fue misionero de las diócesis de Padua (Italia), en 2005, Duque de Caxias y Roraima (desde 2016). Asumió esta nueva tarea que la la Iglesia le ha confiado con la claridad de que el obispo debe tener como primer oficio escuchar. En este marco, se suma a las palabras de fe y confianza del Papa Francisco en Evangelii Gaudium: “nadie podrá quitarme la alegría del Evangelio (…) ni siquiera mis miedos, ni siquiera los desafíos que uno encuentra”.
No voy a convertir a nadie
El obispo electo cuenta su experiencia en la Iglesia de Roraima, de lucha junto al pueblo. «Esa fraternidad, esa amistad que nos da la fuerza para mirar al presente y al futuro con confianza». Por ello habla con la plena conciencia de que el Señor nos espera «en el lugar donde nos llama”. Recordarlo, le ha ayudado a “mantener la paz en su corazón”.
Nicoletto subraya que no va para convertir a nadie. Al contrario, dice que «Dios quiere que yo me convierta un poco más”. Para el religioso, esta conversión es fruto de mucho amor: «es el amor que estoy seguro encontraré en esas personas, porque es el amor lo que los ha mantenido en pie hasta ahora, incluso ante tanto sufrimiento, tantas injusticias». Admira la llama de la fe de este pueblo y los admira como ejemplo de esperanza y caridad, especialmente hacia los más excluidos.
«Es el amor que estoy seguro encontraré en esas personas, porque es el amor lo que los ha mantenido en pie hasta ahora, incluso ante tanto sufrimiento, tantas injusticias».
El ejemplo de Casaldáliga
El misionero italiano sabe que va a una región que “tiene una historia de grandes luchas, grandes sufrimientos y discriminaciones». Sin embargo, resalta también el ejemplo sobresaliente de innumerables hombres y mujeres guiados por el ejemplo de Don Pedro Casaldáliga, «que en ningún momento sustituyeron a Jesús, sino que fueron un reflejo del mismo Cristo, presente en el pueblo sufriente».
Nicoletto tiene claro que el carisma del misionero es servir. Esto le lleva a afirmar que “desde el principio, he pedido a Dios que nunca me deje sin paz y alegría en mi corazón, el resto lo tiene que ofrecer Él, abrir el camino, indicar los pasos que hay que seguir”.
Aprender con la gente, el arma de la comunión
El obispo recientemente electo destaca la herencia de fe que ha ganado en su vida de misionero: “parece que la providencia ya abrió el camino y en este momento me siento acompañado por la mano de un Dios que, no puedo mentir, preparó todo esto, yo no busqué nada». En este marco, recuerda su respuesta a esta tarea misional: «¿cómo podría rechazar esta invitación que Dios, a través de la Iglesia, me está ofreciendo, si Él nunca se ha negado a amarme?”.
Recordando a Don Pedro Casaldáliga, reconoce que “el miedo es lo contrario de la fe”. Reconoce tener varios miedos, que han aflorado incluso después de dar su consentimiento. Es propio de la condición humana. No obstante, sigue adelante con la convicción de que lo importante es saber cómo reaccionar frente al peligro.
«¿Cómo podría rechazar esta invitación que Dios, a través de la Iglesia, me está ofreciendo, si Él nunca se ha negado a amarme?”.
Sabe que nunca está solo. Por ello, le reconforta tener presente que “somos Iglesia cuando estamos juntos». Está convencido de que la primera herramienta es la comunión y critica la polarización. Invita a dejar de lado la autorreferencialidad. «La Iglesia -dice- es la comunidad de los que, aún teniendo miedo de los desafíos, se dan cuenta de que la fuerza nace y brota de nuestra unidad, de nuestro caminar juntos, de nuestra participación en un camino en el que Jesucristo está en primera línea. Sin él, no vamos a ninguna parte; con él, nos damos cuenta de que la lucha tendrá éxito”.
Misión de escuchar: una Iglesia históricamente sinodal
El misionero italiano está comprometido con la misión de escuchar. De ahí que aborde este nuevo reto, también, con humildad: «somos humildes, humus, tierra y, en la medida en que entramos y nos encarnamos en esa tierra, somos capaces de relacionarnos con esa tierra”. La sinodalidad, según Nicoletto, “se refiere precisamente a la encarnación, «no es posible ser Iglesia sinodal sin antes crecer en la conciencia del Misterio de la Encarnación».
Sabe que se puede vivir sin escuchar, aunque admite que le gusta mucho hablar. «Soy un aprendiz, siempre seré un aprendiz en la vida». Esta conciencia de aprendiz, según él, “ayuda a construir una Iglesia que solo se realiza en la medida en que cada miembro se siente necesitado del otro, se siente invitado a seguir a Cristo, y no a estar frente a Cristo, y sobre todo se siente, en primer lugar, comprometido con esta realidad”.
El obispo electo afirma, además, que la sinodalidad es sinónimo de humanidad. «No puede haber sinodalidad sin una Iglesia que sepa recuperar la dimensión de la humanidad en sus relaciones, en sus finalidades, para encontrar al ser humano allí donde vive, donde lucha, donde busca a Dios”.
«No puede haber sinodalidad sin una Iglesia que sepa recuperar la dimensión de la humanidad en sus relaciones, en sus finalidades, para encontrar al ser humano allí donde vive, donde lucha, donde busca a Dios”.
Tres obispos con una herencia enorme
Los tres obispos que le precedieron, en la Prelatura de São Félix do Araguaia, dejan un legado, que es un «enorme tesoro». En ellos, Don Leonardo Steiner, Don Adriano Ciocca y Don Pedro Casaldáliga, ve “servidores, de esa Palabra que está escrita, pero también de la Palabra que se encuentra en la vida de este pueblo, en la vida de esta Iglesia, en la trayectoria de esta Iglesia, en la lucha que esta Iglesia sigue librando para mantener viva la llama de la esperanza”.
Imaginando su llegada a São Félix y su visita a la tumba de Don Pedro Casaldáliga, a orillas del Araguaia, pedirá “por lo menos la décima parte de la pasión que tuvo por su ministerio, la pasión que tuvo por la Iglesia, por el proyecto del Reino”. Así visualiza Don Lucio Nicoletto su llegada, sin pretensiones morales, sino simplemente como un «acercarse y ponerse a caminar”. Por ello, pidió a Dios la gracia de para interiorizar que “el obispo debe tener primero el oficio de escuchar, porque si no escucha, ¿qué va a enseñar?”.
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Tomado de Religión Digital y reeditado para el Observatorio Latinomaericano de la Sinodalidad.