Comunidad o barbarie en el siglo XXI

Francisco Bosh
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Por: Francisco Bosch*

15 de febrero de 2025

Yo te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular
(Sal 118, 21-22).

La vida pende de un suspiro. Todos los que hemos tocado la muerte lo sabemos. Todos los que hemos sido tocados por la muerte no podemos olvidarlo, aunque quisiéramos.

El sistema civilizatorio es un edificio tejido con alfileres. No hacen falta siquiera lobos soplando para que tiemble su estructura. Esa construcción con cimientos en el Dios-dinero, nos reclama pensar que podremos construir con los escombros. Construir en tiempos de derribo.

Hay una fe que sostiene la vida en medio de la muerte. Hay una re-ligación que nos mezcla en tiempos de purismos. Hay manos, entrelazadas, construyendo con los escombros de la estructura que se está cayendo. Se trata de una operación de supremo riesgo: mientras cae el viejo mundo, y se agitan los fantasmas del fascismo, lxs de abajo se empeñan en construir un nuevo cobijo para la humanidad que sobreviva.

Hay comunidades de fe en NuestrAmérica que lo están haciendo. ¡Somos testigos!

[Aclaración: En este artículo, intentaré responder de forma muy puntual a tres interrogantes para esta hora eclesial (disculpen las obviedades pero estamos en tiempos de extrema confusión): ¿qué hacer? Construir comunidad; ¿cómo hacerlo? Volver al modito de las primeras comunidades; ¿con quienes? Hermanos escuchadores y comunidades palabreras.]

Volver a lo fundamental: simplificar la sinodalidad desde la piedra angular

Un martillo gigante impacta contra la pared. Se lo comparten, al grito de ‘pasa la mazeta’, entre cinco hombres y una mujer. Cada uno da unos diez golpes y hace rolar, en medio del polvo, la herramienta. Al cabo de dos horas, un tres por seis, hecho de cemento y ladrillos fue reducido a escombros. La misma cooperativa de construcción, arma a unos cinco metros, un horno de barro para el santuario donde trabajan: les tomará cuatro meses dejarlo listo. 

Los cimientos de algo nuevo tendrán escombros de lo viejo, algunas rocas de otra cantera, pero serán sencillos como los que siempre ha hecho la humanidad. Si la palabra sinodalidad genera problema, podemos decir sencillamente comunidad. Hasta suena parecido y es mas fácil. Viviendo en sinodalidad podemos ser constructores de comunidad.

El diagnóstico parece compartido desde el obispo de Roma hasta en las comunidades más perdidas: mientras el virus individualista lo invade todo, el caos anti-colectivista quiere destruir cualquier piedra de unidad. Volver a la piedra angular, para construir en comunidad.

Jesús, el Cristo, es el cimiento para poder construir algo descentrados. Esa piedra fundamental, sacada de los escombros, de los descartes, debe ser puesta al centro otra vez. Mientras ‘los ingenieros del caos’ negocian con la necesidad de las multitudes, es posible y apremiante tejer otro lazo.

El gusto por romper, por destruir, esa especie de coqueteo con la gravedad y su fuerza, se debe topar con la respuesta, casi anti-natura, de una comunidad dispuesta a levantar un hogar para habitar la intemperie, aunque deba luchar contra la lógica del mercado (tan omnipresentes como la gravedad).

El modo en juego: el orden de los factores lo cambia todo

La Iglesia local, en su articulación, es el lugar en el que podemos experimentar más inmediatamente la vida sinodal misionera de toda la Iglesia. Las aportaciones de las Conferencias Episcopales hablan de las parroquias, las comunidades de base y las pequeñas comunidades como ámbitos de comunión y participación en la misión (IL 89).

Jesús, el Cristo, es la piedra angular. Su seguimiento en comunidad es el modito, el movimiento que despiertan las Pascuas: la del Éxodo, la del Gólgota, las que viven en los seres humanos en cada tiempo, cuando Dios pasa por su vida y su comunidad. En Jesús la roca, en las comunidades el método. 

El todo es superior a las partes, pero puede ser visto en ellas hologramáticamente: una comunidad se reúne en un barrio periférico de Paraguay, va llegando, poco a poco, se cuentan historias de la semana, van armando un pequeño altar, cuando están casi todos, abren la palabra, prenden una vida, inauguran un tiempo in-productivo que construye lo fundamental: leen la fe de las palabras escritas, ponen ese tejido de historias en dialogo con sus vida, con lo que pasa en el barrio, y terminan comiendo, consagrando ese tejido que Dios genera entre la Tradición y la vida, para volver a casa mejores, para seguir siendo ‘henduháras’ (escuchadores).

Lo primero es escuchar. En medio del ruido del derrumbe. La voz de todos vale, no hay mayor marca de participación que el silencio que habilita la voz de las mas calladas, de los últimos. La ronda es la forma ritual por excelencia, que contiene y mezcla nuestras historias con las del libro sagrado.

Desde aquí, una capilaridad inversa hace posible el milagro: el corazón de la cebolla son las comunidades, con su modito de celebrar la fe, que consagra la comunión entre Dios y nuestra vida, que actualiza el pacto entre Dios y su Pueblo. Esa humedad que anida en el corazón de la cebolla, debe atravesar todas las capas, para derribar lo que deba caer y para dar vida lo que necesite crecer.

Dando pasos, sin pedir permiso, respondiendo a las necesidades que surgen en la comunidad, construyendo en ‘fidelidad creativa’. Desde allí, si la institución en posición de escucha, registro, sistematización y formalización de un sentido de fe, puede ayudar a tener ‘una institución a la altura de la fe nuestro Pueblo’.

Caminar firme es optar: un ministerio de la escucha para profundizar la Palabra

Por tanto, parece sumamente oportuno dar vida a un ministerio de escucha y de acompañamiento reconocido y posiblemente instituido, gracias al cual este rasgo característico de una Iglesia sinodal se pueda experimentar concretamente (IL 34). 

Para construir hay que tomar opciones, muchas al calor de la urgencia. Es ‘justo y necesario’ que la institución re-conozca las ‘semillas ministeriales del Verbo’ que ya germinan, crecen y dan sombra a las comunidades que se reúnen al cobijo de ese árbol.

Los ‘poetas sociales’, como llama hace diez años el papa Francisco a los que crean desde el descarte, no son solo los movimientos sociales, sino toda comunidad eclesial que busca la mayor historización posible del Reino de Dios, desde el pueblo crucificado. Ese es el sujeto plural y principal de la reforma de la Iglesia: los que han sido silenciados, las no escuchadas, pero que siempre siguieron allí, acomodando un mantel, colocando unas flores, enriqueciendo la fe de la comunidad con sus oraciones, y sirviendo a la comunidad.

Reconocer un ministerio de la escucha, como complemento del ministerio de la palabra, porque se trata de la misma tarea. El método martirial del beato Angelleli: un oído en el pueblo y otro en el evangelio, escucha y palabra se retroalimentan, se necesitan, se atraen. Por eso, una Iglesia sinodal quizás sea una asamblea de hermanxs escuchadorxs para construir comunidades palabreras.

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