Hna. Daniela Cannavina: “Vivir plenamente la dimensión sinodal será esencial para que la vida consagrada se enfoque en la espiritualidad, el discernimiento y la formación permanente”

Hna. Daniela Cannavina: “Vivir plenamente la dimensión sinodal será esencial para que la vida consagrada se enfoque en la espiritualidad, el discernimiento y la formación permanente”
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En una entrevista realizada por el Observatorio Latinoamericano de la Sinodalidad, la Hna. Daniela A. Cannavina, religiosa argentina de la Congregación de las Hermanas Capuchinas de Madre Rubatto y actual secretaria general de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), comparte sobre el Sínodo de la Sinodalidad.

Durante la conversación, la religiosa señala los principales frutos del Sínodo en América Latina, resaltando el trabajo conjunto con los Episcopados y las Conferencias Nacionales de Religiosos.

También reflexiona sobre los avances y desafíos del Sínodo en América Latina y el Caribe. Desde la inclusión de las voces marginadas hasta el rol de la vida consagrada en la construcción de una Iglesia sinodal, la Hna. Cannavina resalta la necesidad del discernimiento, la participación activa y la formación permanente para una transformación real y duradera dentro de la Iglesia.

Algunos frutos del Sínodo

Pregunta: ¿Cuáles consideran que han sido los principales frutos del Sínodo de la Sinodalidad hasta el momento, especialmente en América Latina?

Respuesta: Los principales frutos del Sínodo de la Sinodalidad se reflejan en el trabajo conjunto, aún en curso, con los Episcopados y las Conferencias Nacionales de Religiosos.

Se destaca la creación de un equipo continental ampliado para llevar adelante el proceso de implementación y la edición de recursos que fomentan la profundización y el impulso de una Iglesia sinodal.

Además, se ha logrado una mayor conciencia de que la sinodalidad no solo es un proceso, sino una forma de vivir y actuar, que nos ayuda a impregnar nuestras prácticas eclesiales con una actitud de escucha e inclusión.

Abrir nuestras comunidades a la participación

P: ¿Cómo puede la Iglesia garantizar que el proceso sinodal no quede solo en una reflexión, sino que realmente transforme las estructuras eclesiales y pastorales?

R: La garantía depende de que cada responsable (pastores, presbíteros, diáconos, consagradas/os y laicos) asuma la responsabilidad de darlo a conocer, vivirlo y contribuir a su implementación. Esto exige poner en práctica lo que ya propone el Documento Final, así como tener la valentía de exhortarnos mutuamente a vivir lo que juntos hemos discernido para el bien de la comunidad.

P: ¿Qué desafíos enfrenta la Iglesia para integrar a todas las voces en este camino sinodal, especialmente aquellas que han estado en los márgenes?

Escuchar las voces que han estado en los márgenes es uno de los mayores desafíos, y aún tenemos deudas en este ámbito. El Sínodo de la Amazonía fue una gran escuela; deberíamos aprender de su capacidad para salir hacia las periferias, de la construcción conjunta, de la restitución realizada en el pos-sínodo y de los recursos elaborados, accesibles para todos y con un lenguaje cercano a las experiencias cotidianas.

Abrir nuestras comunidades a la participación de otras voces requiere una sensibilidad especial para intuir las formas más adecuadas, siempre con un enfoque ‘en salida’ y no simplemente ‘en espera’ de que lleguen. No podemos seguir promoviendo una Iglesia ‘para los de siempre’; la verdadera riqueza proviene de la pluralidad.

Una Sinodalidad viva

P: En su experiencia, ¿cómo podemos pasar de una sinodalidad “teórica” a una sinodalidad viva en el día a día de las comunidades eclesiales?

R: La experiencia que más ha movilizado en este tiempo es haber descubierto la riqueza del método de la conversación en el Espíritu, como un medio eficaz para garantizar que todas las voces sean escuchadas. El discernimiento se presenta como la clave para una participación genuina de los miembros de la comunidad.

Además, compartir testimonios y experiencias de buenas prácticas sinodales inspira a muchos a despertar el sentido de ‘lo posible’.

Lo importante no es solo centrarse en estrategias de gestión, sino en promover una forma sinodal de vivir las relaciones, a través de gestos concretos que expresen acogida y un reconocimiento auténtico de cada persona como miembro activo de la vida eclesial.

Las mujeres en la construcción de una Iglesia Sinodal

P: ¿Qué papel juegan las mujeres en la construcción de una Iglesia más sinodal y qué pasos concretos se pueden dar para fortalecer su liderazgo?

R: El lugar de la mujer en una Iglesia sinodal es un tema central que afecta la identidad misma de la comunidad eclesial y la manera en que vive su misión. En una Iglesia que camina junta, la participación activa de las mujeres no solo es un derecho, sino una necesidad para que la sinodalidad sea auténtica y plena.

Sin embargo, aún se pide un reconocimiento más profundo y una participación real de las mujeres en todos los ámbitos de la vida eclesial, como un paso indispensable para fomentar la reciprocidad en las relaciones. Es necesario un verdadero cambio de mentalidad, una conversión auténtica hacia una visión de relacionalidad, interdependencia y reciprocidad mutuas, erradicando todo tipo de poder que limite su presencia y participación, temas que ya estaban presentes en la reflexión previa al Sínodo.

Es importante conocer y fomentar las posibilidades que ya existen en el Derecho Canónico, promoviendo su implementación en los diversos ámbitos eclesiales. El Papa Francisco ha dado pasos importantes en este sentido (últimos nombramiento realizados), como se evidenció en los resultados de la última Asamblea sinodal. Esto contribuye a abrir tanto la mente como el corazón hacia una mayor inclusión y participación.

Sinodalidad, camino de comunión

P: ¿Cómo se puede fortalecer el trabajo conjunto entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos para que la sinodalidad sea un camino de verdadera comunión?

R: El trabajo conjunto requiere un enfoque integral que promueva la participación, el respeto mutuo y el discernimiento compartido. Para que la sinodalidad sea un camino de verdadera comunión, es fundamental fomentar una cultura de escucha y diálogo abierto y confiado.

Además, es necesario crear espacios de participación inclusiva, formación conjunta y corresponsabilidad, donde todos los miembros de la Iglesia, en sus distintas vocaciones y roles, puedan colaborar unidos en el discernimiento y la misión.

Renovación de la vida consagrada

P: ¿Cómo puede la vida consagrada aportar a la Iglesia en este camino de sinodalidad y qué desafíos enfrenta en su propio proceso de renovación?

R: En este tiempo, la vida consagrada está llamada a reconfigurar los paradigmas y modelos mentales y afectivos que han guiado su caminar a lo largo de los años, con el objetivo de convertirse en un signo legible y creíble para la realidad actual.

Este desafío invita a repensar sus estructuras, vínculos, liderazgos y ejercicio pastoral, entre otros aspectos, con el propósito de ser una comunidad más comprometida como Pueblo fiel de Dios, al servicio de la misión encomendada.

El proceso de revitalización que debe atravesar la vida consagrada no se limita a una simple renovación parcial. Requiere un regreso a las raíces más profundas: a las entrañas carismáticas y espirituales, y a las experiencias fundacionales que le dieron origen, para poder reconstruirse desde allí.

No se trata de crear una nueva vida consagrada, sino de encontrar la manera de ofrecer el vino nuevo en odres nuevos que Dios nos ofrece. Es necesario reconectar con la experiencia original de Dios y el seguimiento discipular, permitiendo así la renovación del llamado vocacional, como carisma profético del Espíritu Santo.

La Sinodalidad en la Vida Consagrada

P: ¿Qué actitudes y cambios creen que son necesarios dentro de la vida consagrada para vivir plenamente la sinodalidad?

R: Si la vida consagrada no se enfrenta a la realidad cambiante y no implementa cambios dinámicos, corre el riesgo de estancarse o paralizarse. Esto podría reducir su labor a la mera administración de lo existente, restringiendo o reestructurando las obras según los recursos disponibles, sin abrir espacio a la innovación y renovación que revitalizan su misión.

Vivir plenamente la dimensión sinodal será esencial para que la vida consagrada se enfoque en la espiritualidad, el discernimiento y la formación permanente, favoreciendo la apertura al Espíritu y una escucha mutua que encarne el verdadero espíritu sinodal.

Será fundamental fomentar la creación de organismos participativos que integren la misión compartida y un liderazgo transformador, evitando la centralización verticalista y clericalista, y promoviendo la corresponsabilidad y una autonomía justa.

La formación en la sinodalidad se convierte en testimonio vivo

P: Desde su visión, ¿cómo pueden las comunidades religiosas ser espacios de formación y testimonio de la sinodalidad para toda la Iglesia?

R: La formación continua desempeña un papel esencial en la vida consagrada, al integrar los procesos sinodales con una conciencia lúcida y profunda. Las comunidades religiosas deben organizar el conocimiento y transmitirlo de manera oportuna y eficaz, evaluando la comprensión de forma participativa e impulsando su implementación.

Es fundamental establecer una relación estrecha entre el compromiso personal y la responsabilidad comunitaria, dando lugar a un diálogo profético que surge de la experiencia individual de búsqueda, pero que se enriquece con las voces de toda la comunidad. Este proceso involucra a todos los miembros, desde los más adultos hasta las generaciones más jóvenes, aprovechando la dinámica intergeneracional para ampliar y fortalecer la visión común. Así, la formación en la sinodalidad se convierte en un testimonio vivo que ilumina los espacios donde las comunidades religiosas están presentes, siendo un faro de unidad y comunión para toda la Iglesia.

P: Un mensaje a la Vida Consagrada

R: Sigamos caminando juntas/os, ayudándonos a ser una voz profética y centinelas vigilantes de las llamadas del Espíritu. Que nuestra vida consagrada sea un testimonio vivo de apertura, escucha y entrega en el servicio al Pueblo de Dios.

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