La sinodalidad es la mejor expresión de la universalidad de la Iglesia, de la catolicidad, de esa sinfonía de diversidad que el Papa Francisco quiere que sea tocada por la orquesta eclesial. Muchos no reconocen esa melodía, casi siempre por motivos ideológicos, un peligro contra el que el pontífice advierte constantemente, que domina la mente y hace añicos la comunión, dificultando cada vez más el anuncio del Evangelio de Jesucristo, que algunos confunden con su propio modo de entender a Dios, un dios muchas veces particular, a imagen y semejanza de ellos mismos.
Dios como punto de partida
Después de una semana del inicio de la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal ya se puede hacer un primer balance. Debemos tener claro que el punto de partida siempre tiene que ser Dios, su Palabra, de ahí la importancia de colocarse delante de ella, sobre todo cuando buscamos encontrar el modo de ser Iglesia en cualquier momento de la historia. La oración, la verdadera oración, que nos lleva al encuentro personal y comunitario con Dios, es la luz que debe guiar el caminar de la Iglesia, fundada por Jesucristo y desafiada a ser signo de su presencia.
Cuando uno se pone delante de Dios reconoce su pequeñez, sus pecados, algo que no es sólo personal, también comunitario, eclesial, estructural. Solo siendo conscientes de los pecados cometidos, y en eso Francisco es un verdadero testimonio de valentía, se puede crecer. Reconocer los abusos en la Iglesia, denunciar la indiferencia con relación a los descartados, a los migrantes, a las víctimas de las guerras y del cambio climático, muchas veces se paga caro, inclusive siendo la cabeza del catolicismo. Son situaciones provocadas por los poderosos y cuando uno pone el dedo en la herida, paga las consecuencias.
La comunión como principio innegociable
En una Iglesia que vive la comunión, y ese debería ser un principio innegociable, querer marcar agenda, ya hay quien pretende marcarle la agenda hasta al propio Papa, es algo inasumible. Sólo cuando entendemos que juntos somos más y que para eso tenemos que escuchar, dialogar y discernir en comunidad, aprendemos lo que significa ser Iglesia. Si no estoy dispuesto a sacrificar lo mío, nunca nacerá algo nuevo, nunca se hará realidad el proyecto de Dios.
El proceso sinodal que estamos viviendo como Iglesia es un desafío a dar pasos en una dirección común, sin miedo, pero movidos por un espíritu de unidad en la diversidad. Es tan peligroso caminar cada uno a su antojo como pretender instaurar una Iglesia de clones, una tentación presente en quienes tienen la ideología como norte. La Iglesia sinodal no podría tener mayor enemigo que ese.
No continuemos alimentando el odio
De estos primeros días de camino, en verdad de continuación de un largo proceso, tal vez la mayor intensidad y la atención mediática hace de la Asamblea Sinodal un tiempo diferente, cabe destacar algunos elementos ya apuntados en la Primera Sesión, como la atención al mundo virtual y la presencia como Iglesia en él, el no mirar a las mujeres desde arriba, no continuar considerándolas inferiores y negándolas la presencia en ámbitos para los que están más que capacitadas.
Que nadie, de uno y otro lado de las trincheras ideológicas, piense que, con este proceso sinodal, la estructura eclesial va a ser transformada por completo, no reduzcamos la sinodalidad a una técnica, entendamos que es un estilo que exige escucha y conversión, no pretendamos perpetuar un clericalismo, que tiene que ser cosa del pasado, pues impide la acogida a todos y la atención gratuita. En un mundo dividido por la guerra, no seamos como aquellos que alimentan el odio, pues de eso, también en la Iglesia, las consecuencias siempre son dramáticas.