Monseñor Nicolás Castellanos Franco falleció el miércoles 19 de febrero. Había nacido 90 años antes, en el seno de una familia sencilla de labradores, de profunda religiosidad, en un contexto laborioso y austero, donde en su niñez recibió unos principios y valores como la honradez, rectitud, sacrificio y esfuerzo, que mantendría a lo largo de su vida. En este periodo, ya apuntaban en él algunas características futuras: liderazgo, inteligencia, iniciativa, decisión, compañerismo. Esa descripción, extraída de su biografía en el sitio web de la Fundación Hombres Nuevos, pinta de cuerpo entero a monseñor Castellanos.
Precisamente esta fundación fue creada por su impulso, a pocos años de llegar a Bolivia, cuando decidió afincarse en zonas marginales, habitadas por gente desplazada por los fenómenos naturales que azotaron a Santa Cruz de la Sierra a mediados de los años 80. En su biografía oficial se cuenta que monseñor Castellanos se trasladó a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en 1992, con un grupo de fieles religiosos, laicos y sacerdotes, fundando con ellos una iniciativa de vida en común llamada “Fraternidad Hombres Nuevos”.
Así promovió un movimiento misionero con una intensa labor con los más desfavorecidos, con el Proyecto Hombre Nuevos, que pone en marcha colegios, centros cívicos, atención sanitaria y hospitalaria, actividades culturales para la infancia y juventud, iglesias, con muy variadas iniciativas. Hasta la época actual son miles las personas que se han beneficiado de las actividades de Hombres Nuevos. Su pensamiento y doctrina se recoge en cientos de cartas, homilías y pastorales, así como en más de 23 libros publicados. Su labor a favor de los pobres y de la justicia social ha merecido numerosos premios y reconocimientos, entre los que se destaca el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998.
Un misionero sinodal
Como nos podemos dar cuenta, monseñor Castellanos siempre actuó en clave sinodal, porque eligió vivir entre los menos favorecidos y ocuparse de ellos desde su ministerio y misión. El Documento Final claramente señala que “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres (EG 197), los marginados y excluidos, y por tanto también en el de la Iglesia. En ellos la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo, que, de rico que era, se hizo pobre por nosotros, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9)”.
Cuando monseñor Castellanos fue nombrado Obispo de Palencia, en 1978, siguió teniendo una vida sencilla. Decidió mantener su domicilio habitual en un modesto piso de la plaza de San Miguel, y no residir en el Palacio Episcopal. Buscaba así ejercer el ministerio de Obispo y Pastor al estilo evangélico, sin coche oficial ni chófer, siempre al lado de los más débiles, cercano y amigo de todos.
Disfrutaba visitando zonas marginales, compartiendo su tiempo, especialmente en fechas señaladas como las Navidades, con la gente humilde y los ancianos; saludando con ternura y cariño a los niños huérfanos y haciéndose presente en cada rincón marginal de su diócesis.
Comenzar de nuevo entre los pobres
Más sorprendente aún fue que en 1991 renunciara a su episcopado y decidiera marchar como misionero a Santa Cruz de la Sierra, con la bendición de Juan Pablo II. Su gesto, poco común en la Iglesia Católica, tuvo una amplia repercusión mediática y social entre gentes de toda ideología, posición social, de confesión o no confesión religiosa y, también, en toda la Iglesia.
El 6 de agosto de 1991 se despidió de su Diócesis de Palencia: “Cuando recibáis esta mi última Carta Pastoral, que hace la número 26, ya no seré vuestro Obispo y Pastor, seré solo y para siempre, vuestro hermano y amigo que os quiere de corazón… Me he decidido a dar este paso solo por fe, amor, y cariño a mi Iglesia de Palencia, y por amor a los pobres del Tercer Mundo…”. Y en Santa Cruz atendió a los más necesitados, no solo en lo espiritual, sino también en lo educativo y recreativo, ya que, además de escuelas, monseñor Castellanos se empeñó en construir canchas y piscinas, donde los jóvenes pudiesen jugar luego de rezar en la iglesia.
Así era él, siempre dispuesto a ser pobre con los pobres, a ayudar la gente humilde, como debe ser el misionero y en realidad Toda la Iglesia Sinodal. Por eso el pueblo boliviano lo recordará siempre con especial cariño, ya que su ejemplo de vida es quizá mayor que las obras que dejó, y eso ya es mucho decir.
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