Liliana Franco: “Sueño con una Iglesia en la que existan canales permanentes para escucharnos y participar”

Liliana Franco: “Sueño con una Iglesia en la que existan canales permanentes para escucharnos y participar”
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“Una Iglesia en la que nos sintamos hermanos, en la que existan canales permanentes para escucharnos y participar”, esa es la Iglesia con la que sueña la presidenta de la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Religiosos (CLAR), Liliana Franco, que a la luz del Instrumentum laboris de la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad, analiza los itinerarios a ser recorridos por una Iglesia sinodal.

Pregunta. Conocer lo que es la sinodalidad para poder aplicarlo es un elemento necesario en la vida de la Iglesia, ¿cómo enfocar la formación sobre la sinodalidad para que ese modo de ser Iglesia sea asumido en la práctica?

Respuesta. La llamada es a formarnos para ser mejores testigos.  Esto supone salir de nuestras zonas de confort y parálisis.  Pero también abandonar suficiencias que nos ubican en la lógica de quien cree saberlo todo y tener todas las respuestas.  Es cuestión de humildad y de limpieza de corazón.

En la práctica nos supondrá priorizar la formación e incluir en los itinerarios formativos líneas tales como: escucha y discernimiento, modos relacionales y cultura del cuidado, servicios de autoridad y participación…y todo asumido, haciendo eco permanente de la Palabra de Dios y privilegiando de manera especial la Iniciación cristiana.

En ese sentido es un reto conocer y habitar los ecosistemas relacionales de los niños y de los jóvenes.  Justo estoy finalizando un proceso de escritura que me puso de cara a pensar, cómo presentar a los niños la sinodalidad; escucharlos me ha confirmado en la certeza de que necesitamos recrear los lenguajes y las pedagogías que les aproximen a los jóvenes la Buena Noticia de Jesús y les permitan tener la experiencia del amor de Dios en sus vidas.

Tengo la sensación de que a veces no escuchamos lo suficiente a los jóvenes, vamos por la vida con nuestros monólogos y nuestros relatos institucionales, sin hacerle espacio suficiente al eco de una voz que puede movilizarnos, transformarnos, revestirnos de nuevas posibilidades.  Tal vez, y como dice la canción de Silvio Rodríguez: “El problema no es repetir el ayer, como fórmula para salvarse…  El problema señor, sigue siendo sembrar amor”.

P. Una Iglesia sinodal misionera se funda en la capacidad de escucha, ¿cómo ayudar a entender que la escucha nos enriquece y nos ayuda a crecer como Iglesia?

R. Sí, la escucha es vertebral a la sinodalidad. Sin disposición a la escucha, es imposible reconocer en los clamores de la realidad, el querer de Dios. El desafío es aprender a escucharnos recíprocamente como Iglesia, como comunidad, como familias carismáticas, en la diversidad de ministerios y carismas, buscar juntos la voluntad de Dios y prestar oído a las invitaciones que nos hace el Espíritu. Escucha desde la misericordia, al modo de Jesús.

Todas las estructuras eclesiales están necesitando recorrer verdaderos itinerarios de escucha y conversión: las estructuras de gobierno tienen que estar más volcadas a la escucha, ofrecer más posibilidades de inclusión y participación; las estructuras de misión tendrían que enriquecerse en la dinámica de la red, del trabajo con otros, de la salida misionera; a las estructuras comunitarias y formativas, les hace bien poner en el centro a la persona, crecer en humanidad; posibilitar el auténtico dialogo intercultural e intergeneracional.

La formación será fundamental a la hora de entender la importancia de la escucha.  De lo que se trata es de buscar juntos la Voluntad de Dios y por eso la clave es escuchar.

P. ¿Qué supone para la Iglesia el discernimiento comunitario? ¿Cuáles son las dificultades que aparecen en la vida eclesial para asumirlo? ¿Cómo esa práctica ayudar en la misión de la Iglesia? ¿Hasta qué punto el discernimiento comunitario ayuda a superar visiones ideológicas cada vez más presentes en la vivencia de la fe?

R. El espíritu de la sinodalidad nos ha puesto de cara a la necesidad de discernir, de buscar sinceramente aquello que responde al querer de Dios. A lo que estamos abocados es a convertir el corazón, a preguntarnos con más frecuencia por lo que le agrada a Dios. Sólo dejar resonar un poco el Evangelio y sabremos distinguir lo que es obsoleto de aquello en lo que se encuentra la fuente de la vida.

Ojalá lleguen a su fin, los modos relacionales teñidos de suficiencia y poder; los que anulan la diversidad y tienden a controlarlo todo, sin darle lugar a la creatividad que produce la acción del Espíritu en las distintas personas; ojalá terminen aquellos que generan dinámicas de manipulación y contraprestaciones, los que reproducen formas, sin generar preguntas; los que opacan la verdad y no dan lugar a lo auténtico, a lo natural, o lo más verdadero de lo que Dios hace en cada persona.

Las resistencias las crean las cerrazones ideológicas. Cuando nos situamos desde la lógica del Evangelio, lo único posible es la unidad, el “sean uno”. La sinodalidad se realiza en la interconexión de redes, personas, comunidades, organismos y un conjunto de procesos que permiten el intercambio eficaz de dones, sensibilidades, criterios y es ahí donde cobra importancia discernir comunitariamente, en condición de hermanos.

Caminar juntos acogiendo la diversidad es el mayor testimonio que podemos dar los cristianos en este momento de la historia y eso supone disposición a la escucha que nos conduce a la conversión y nos lanza al necesario plural, al nosotros de la red, de la corresponsabilidad y la construcción colectiva.

P. La toma de decisiones en cualquier institución es algo determinante. Cada vez hay más voces que piden la participación de las mujeres en esa toma de decisiones. ¿Por qué es importante esa participación femenina? ¿Qué es lo que las mujeres aportan en ese sentido?

R. Sin lugar a duda, el espíritu de la sinodalidad lo permea todo… y todos vamos comprendiendo que urge conversión en los modos relacionales y en el ejercicio del liderazgo. Por lo menos teóricamente vamos dando lugar a reflexiones en las que comprendemos que todos merecen un lugar, que no puede haber excluidos; que las dinámicas de participación y corresponsabilidad, requieren de acercamiento reverente a las personas y a las culturas; que no debemos caer en la tentación de absolutizar prácticas y estilos culturales hegemónicos. Que, en el banquete del Reino, la visión y el servicio de todos enriquece. Y eso supone una conversión de las actitudes, una disposición del corazón a caminar con otros.

Sentimos la necesidad de que resuenen todas las voces, todos los contextos y culturas, todas las sensibilidades.  En esta Asamblea Sinodal, somos 54 mujeres con derecho a voz y voto y nos corresponde hacernos eco de la realidad de tantas mujeres que en el mundo entero son víctimas de la guerra, de la trata de personas; traer hasta la mesa del discernimiento, la realidad de todas las que migran de un lugar a otro anhelando posibilidades de vida mejor.  Somos muy conscientes de que en nosotras están todas, las que desean que se sigan abriendo posibilidades de participación, liderazgo y compromiso; las que con sencillez y en distintos rincones del mundo sostiene la Iglesia con su testimonio y su entrega.

Como lo he afirmado anteriormente, al fondo del deseo y el imperativo de una mayor presencia y participación de las muejeres en la Iglesia, no hay una ambición de poder o un sentimiento de inferioridad, tampoco una búsqueda egolatría de reconocimiento, hay un clamor, por vivir en fidelidad el proyecto de Dios, que quiere, que en el pueblo, con el cual Él hizo alianza, todos se reconozcan en condición de hermanos.  Se trata de un derecho a la participación y a la igual corresponsabilidad en los discernimientos y en la toma de decisiones, pero es fundamentalmente un anhelo de vivir con consciencia y en coherencia con la dignidad común que a todos da el bautismo.

El Instrumentum laboris, en torno al cual desarrollaremos durante estos días los procesos de discernimiento, nos pone de cara a la necesidad de ampliar los espacios de diálogo en la Iglesia, una participación más amplia de las mujeres y de todos los miembros del Pueblo de Dios y a la urgencia de seguir ahondando teológica y canónicamente las formas específicas de ministerialidad eclesial.

P. Rendir cuentas genera confianza, ¿por qué cuesta tanto asumir esa práctica en la Iglesia? ¿Cómo ayuda a la vida de la Iglesia esa actitud?

R. El Instrumentum laboris, nos pone de cara a la necesidad de una cultura y una práctica de transparencia y rendición de cuentas. El mismo documento señala que se impone dada la pérdida de credibilidad por los escándalos financieros y los abusos sexuales, de poder y conciencia.

Pero, la rendición de cuentas también abarca los planes pastorales, los métodos de evangelización y las modalidades en que la Iglesia respeta la dignidad de las personas.  En el fondo es la transparencia como práctica en el ejercicio de autoridad. Esta práctica nos ayuda a vivir en verdad. Dar cuenta nos permite situarnos de manera corresponsable.

P. Personalmente, ¿qué es lo espera de esta Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal?

R. Desde la certeza de que estamos en camino y de que el Señor está haciendo permanentemente, nuevas todas las cosas entre nosotros, yo sueño que esta segunda sesión, nos conduzca a ser una Iglesia más sinodal y misionera. Sueño con una Iglesia en la que nos sintamos hermanos, en la que existan canales permanentes para escucharnos y participar.

Una Iglesia en misión, que camina con su pueblo, que sostiene la esperanza de los más pobres, que se solidariza con las víctimas, que dialoga con los jóvenes y ríe con los niños.

Una Iglesia que conoce la realidad de su pueblo, que trabaja por la justicia y la paz, que profetiza y hace suyo el clamor de los más pequeños y vulnerados de la historia.  Una que acoge y acompaña, que se sitúa desde la bondadosa cercanía.

Una Iglesia que ora, que deja resonar la Palabra de Dios. Cimentada en una sólida espiritualidad que anuncia la Buena Noticia de Jesús, con su testimonio, más que con sus palabras.

Una Iglesia que late al ritmo del Espíritu: de la sabiduría, la bondad, la ternura, la fortaleza, la creatividad, la parresia y la capacidad de dar la vida y enfrentar las situaciones con osadía.

Una Iglesia en la que ensanchemos la mesa, para que haya lugar para todos.

La plenitud eclesial se alcanzará cuándo en torno al banquete, se reconozca que todos tienen un lugar, que Jesús es quien convoca, que Él es el centro y el sentido de todo en el engranaje eclesial y que nos convoca a la construcción del Reino, a la misión, a dar la vida.

Los cambios vendrán en la línea de una Iglesia más dispuesta a caminar con la consciencia de ser pueblo de Dios; en la que los modos de relación se establecen desde la cultura del cuidado y valorando la dignidad común de todos los bautizados.  Brotarán de la escucha y de las llamadas que tenemos a la corresponsabilidad, a la construcción colectiva, a un mayor compromiso con la evangelización y el desarrollo humano integral.  Seguramente nos fortaleceremos en la consciencia del valor de cada una de las vocaciones al interior de la Iglesia, se abrirán instancias de mayor participación y compromiso.  Se fortalecerá la identidad de Iglesia en salida, Iglesia misionera.

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Descargue la programación detallada de la Tienda de la Sinodalidad, con las temáticas de cada día y los ponentes invitados.

 


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