La revolución silenciosa de la Iglesia: sinodalidad y profecía

La revolución silenciosa de la Iglesia: sinodalidad y profecía
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El teólogo brasileño Francisco de Aquino Júnior propone en su más reciente artículo una visión audaz de la sinodalidad como misión, diaconía y profecía social. Desde esta perspectiva, la sinodalidad desborda los límites eclesiales y se convierte en un modelo transformador para la sociedad entera.

Sinodalidad y misión inseparables

Francisco de Aquino Júnior, doctor en teología por la Universidad de Münster y presbítero de la diócesis de Limoeiro do Norte, destaca que la sinodalidad no puede concebirse como un fin en sí mismo, ni limitarse a procedimientos internos de participación. En su artículo “La sinodalidad como profecía social”, publicado en la revista Medellín, sostiene que la sinodalidad está al servicio de la misión confiada por Cristo a la Iglesia, es decir, de “hacer presente el Reino de Dios en el mundo”.

El autor recupera la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia como “sacramento de salvación” y “pueblo de Dios”, afirmando que su organización no puede estar desconectada de su misión salvífica. No basta con proclamar la comunión: esta debe expresarse en estructuras que la reflejen y la hagan operativa. De lo contrario, existe el riesgo de negar con la práctica lo que se profesa con la fe.

Por ello, Aquino Júnior insiste en que toda sinodalidad auténtica debe vivirse como un ejercicio misionero. “La misión debe ser vivida sinodalmente y la sinodalidad debe ser vivida siempre en la misión y en función de la misión”. En este sentido, la sinodalidad se convierte no solo en camino pastoral, sino en expresión de la naturaleza misma de la Iglesia.

La estructura como signo del Reino

Una Iglesia que proclama la comunión no puede reproducir relaciones de dominio, sumisión o exclusión. Así lo afirma el autor al señalar que “no cualquier estructura visible es igualmente compatible con la naturaleza y misión de la Iglesia”. Las formas organizativas deben reflejar una Iglesia que es fermento del Reino, y no su negación. Por eso, la sinodalidad exige estructuras inclusivas, participativas y corresponsables.

Francisco de Aquino Júnior denuncia el clericalismo como una perversión que obstaculiza la comunión. Este dinamismo, según él, no solo está arraigado en la vida eclesial, sino que también refleja una lógica elitista presente en la sociedad. La superación del clericalismo es un camino largo y difícil, pero necesario para que la sinodalidad sea realidad y no solo discurso.

La propuesta sinodal, entonces, va más allá de una reforma organizativa: implica una conversión espiritual. El autor destaca que la estructura de la Iglesia puede ser “expresión y mediación o negación y obstáculo de su misión salvífica”. De ahí que el modo en que se ejerce el poder, se toman decisiones y se distribuyen responsabilidades deba encarnar la comunión trinitaria que sustenta a la Iglesia.

La sinodalidad como diaconía social

La sinodalidad también tiene un fuerte componente social: “Configura a la Iglesia como fermento de fraternidad y de comunión, como servicio a la humanidad que sufre”. Para Aquino Júnior, la Iglesia sinodal no se encierra en su institucionalidad, sino que se vuelca hacia el mundo, como servicio transformador. Esto la convierte en “diaconía social”, una forma concreta de vivir el Evangelio en la historia.

La Iglesia se convierte en fermento cuando vive una lógica de fraternidad, perdón, servicio y misericordia. Esta vivencia no solo transforma a la comunidad cristiana, sino que también influye en el ethos de la sociedad. El autor subraya que valores como los derechos humanos, la justicia social y la solidaridad están más enraizados en la tradición cristiana de lo que muchas veces se reconoce.

Asimismo, la sinodalidad se expresa en el compromiso con los pobres y marginados. A lo largo de la historia, la Iglesia ha ofrecido asistencia, consuelo, y también ha acompañado luchas sociales por los derechos fundamentales. En América Latina, esto ha tenido una fuerza especial, siendo un signo profético de opción por los excluidos y de compromiso con una sociedad más justa.

Diálogo, fraternidad y bien común

Otro aspecto esencial de la sinodalidad como diaconía social es su apertura al diálogo. La Iglesia sinodal promueve el encuentro con otras confesiones cristianas, religiones y sectores de la sociedad. En palabras del autor, se trata de “una red de relaciones” al servicio de la fraternidad, la justicia y la paz. Este dinamismo no solo es pastoral, sino profundamente político y cultural.

Francisco de Aquino Júnior destaca que la sinodalidad ofrece una alternativa a la crisis democrática que viven muchas sociedades. Frente a la concentración del poder y las formas autoritarias de gobernanza, la Iglesia sinodal apuesta por la escucha, la participación, el discernimiento comunitario y la transparencia. En este sentido, se convierte en un modelo de corresponsabilidad social.

No se trata, aclara el autor, de una Iglesia que se mimetiza con el mundo, sino de una que lo sirve proféticamente. Desde su vocación al Reino, propone formas nuevas de relación, de cuidado y de participación. Y esto es lo que hace de la sinodalidad una fuerza social transformadora: su capacidad de proponer caminos alternativos a las lógicas de exclusión, violencia y fragmentación.

La sinodalidad como profecía social

Aquino Júnior da un paso más y afirma que la sinodalidad es una auténtica profecía social, en tanto denuncia las injusticias y anuncia nuevas posibilidades. En un contexto de individualismo creciente, aislamiento y soledad, la sinodalidad se convierte en “profecía de la fraternidad y la unidad”. No es solo un método eclesial, sino una forma de vida que interpela a toda la cultura contemporánea.

Esta profecía también se expresa como “profecía del diálogo y del bien común”. En medio del desencanto con la política, el auge del autoritarismo y la tentación de resolver los conflictos por la fuerza, la sinodalidad promueve una cultura del diálogo, de la escucha, de la transparencia y de la participación. Estos valores, afirma el autor, son imprescindibles para reconstruir el tejido democrático.

Finalmente, la sinodalidad se manifiesta como “profecía de la justicia social y del cuidado de la casa común”. Su fuerza profética alcanza su punto culminante en la defensa de los pobres, los migrantes, las mujeres, las minorías y el medio ambiente. La escucha del “grito de los pobre y de la tierra” no es un añadido, sino el núcleo mismo de la misión sinodal. Desde ahí, la Iglesia puede colaborar con todos los que luchan por un mundo más justo y habitable.

Una Iglesia descentrada y comprometida

La conclusión del artículo es clara: “vivida en la misión y en función de la misión[…] la Sinodalidad descentra a la Iglesia de sí misma”. Esta afirmación sintetiza todo el planteamiento del autor. La sinodalidad no es una reforma interna, sino una manera de ser Iglesia en salida, comprometida con los clamores del mundo y estructurada para servir.

Francisco de Aquino advierte, sin embargo, que esta sinodalidad no puede construirse desde arriba ni desde el formalismo. Si los procesos de participación no surgen del pueblo, de sus luchas y sufrimientos, corren el riesgo de convertirse en mera burocracia o en disputas internas de poder. La clave está en la fidelidad al Evangelio vivido en la historia.

La sinodalidad, tal como la presenta este texto, es una propuesta desafiante y esperanzadora. Nos invita a repensar la Iglesia no como institución encerrada en sí misma, sino como red de relaciones al servicio del Reino. En tiempos de fragmentación, exclusión y crisis civilizatoria, esta visión ofrece una palabra profética y una praxis transformadora.

Invitamos a la comunidad a leer el texto completo AQUÍ.

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