Documento Final: La verdadera «profecía sinodal» será una Iglesia de todos, todos, todos

Documento Final: La verdadera «profecía sinodal» será una Iglesia de todos, todos, todos
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Tras casi un mes de trabajo intenso, al que se suma un largo proceso de tres años, en los que se ha ido avanzando, a veces con dificultad y riesgo, pues no han sido pocos los que han sembrado de minas el terreno para que la sinodalidad saltase por los aires, el documento reconoce resistencias, se ha llegado a la publicación del Documento Final de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad, “un tiempo para contemplar al Resucitado y ver las heridas del mundo”. Un texto que será fundamental, pues el Papa ya ha anunciado que no habrá exhortación postsinodal.

Todo el Pueblo de Dios es sujeto del anuncio del Evangelio

Un documento que da un nuevo paso en la vida de la Iglesia, desde “un regreso a la fuente”, como dice el texto en sus primeras palabras, después de muchos pasos dados por mucha gente, pues “todo el Pueblo de Dios es sujeto del anuncio del Evangelio”. En un proceso sinodal que va más allá de la Asamblea Sinodal, siendo ejemplo de eso los 10 grupos de estudio creados, y junto con ello que ahora se inicia la fase de implementación, llamando a los participantes a “ser misioneros de la sinodalidad”. Para ello, “el Espíritu Santo nos impulsa a avanzar juntos en el camino de la conversión pastoral y misionera, que implica una profunda transformación de las mentalidades, actitudes y estructuras eclesiales”.

El Pueblo de Dios corazón de la Sinodalidad

El texto tiene como punto de partida el corazón de la sinodalidad, el Pueblo de Dios, que camina en comunión de los fieles, de las Iglesias, de los obispos, fundamentada en el ministerio petrino y en los pobres. Es a partir de ese corazón de la sinodalidad que el Espíritu Santo llama a la conversión, una actitud decisiva para ser cristianos, para ser discípulos. Todo el camino sinodal, “se ha desarrollado a la luz del magisterio conciliar” y “está poniendo en práctica lo que el Concilio enseñó sobre la Iglesia como Misterio y Pueblo de Dios”. La sinodalidad está enraizada en los sacramentos de la Iniciación Cristiana, no es un fin en sí misma, apunta e impulsa la misión, que tiene que ver con estilo, estructuras, procesos y eventos sinodales, que lleva a reflexionar sobre la autoridad de los pastores.

En la sinodalidad la unidad lleva a la armonía, sabiendo que no siempre son respetados los procesos, unidad de carismas y ministerios, de Iglesias locales y sus patrimonios, de pueblos, lenguas, ritos, disciplinas, herencias teológicas y espirituales, vocaciones, carismas y ministerios al servicio del bien común. Se valoran todos los contextos, culturas, diversidades y relaciones, como “clave para crecer como Iglesia sinodal misionera y caminar bajo el impulso del Espíritu Santo, hacia la unidad visible de los cristianos”, de abrirse a nuevas perspectivas. Pues “la sinodalidad es ante todo una disposición espiritual que impregna la vida cotidiana de los bautizados y todos los aspectos de la misión de la Iglesia”. Eso para hacer de la sinodalidad una profecía social en la práctica de las relaciones.

La conversión de las relaciones

La conversión es abordada en tres dimensiones, siguiendo el esquema del Instrumentum Laboris: conversión de las relaciones, de los procesos y de los vínculos. Nuevas relaciones, evitando exclusiones, asumiendo las actitudes de Jesús, en un buen entendimiento entre hombres y mujeres, reconociendo las riquezas de cada contexto, buscando la paz y la superación de todo tipo de mal mediante la práctica del perdón y la escucha y acogida a los marginados y excluidos. Relaciones entre carismas, vocaciones y ministerios en vista de la misión y la unidad, dada la común participación de un mismo Bautismo, que da a todos “igual dignidad en el Pueblo de Dios”, recordando los obstáculos que encuentran las mujeres “para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia”. Algo que también tiene que ver con los niños y los jóvenes, que tienen lo que aportar a la renovación sinodal de la Iglesia.

Para ello se debe promover la corresponsabilidad en la misión de todos los bautizados. Se habla del papel de los esposos, de la vida consagrada, de la teología, subrayando que “la misión implica a todos los bautizados”. En el texto aparece una referencia al ministerio ordenado, “al servicio del anuncio del Evangelio y de la edificación de la comunidad eclesial”, a los obispos, principio visible de unidad y vínculo de comunión con todas las Iglesias, en un servicio en, con y para la comunidad. Junto con ellos los presbíteros y diáconos, llamados a colaborar y estar juntos en respuesta a las necesidades de la comunidad y de la misión, favoreciendo la escucha y participación del laicado.

La conversión de los procesos

La conversión de los procesos está fundamentada en el discernimiento, rendir cuentas y evaluar el resultado de las decisiones. Todo ello en vista de sostener y orientar la misión de la Iglesia, sabiendo que “el discernimiento eclesial no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe”, que parte de la escucha de la Palabra de Dios y se desarrolla en etapas, en un contexto concreto, y desde diversos enfoques y metodologías, siendo necesario una articulación de esos procesos de decisión, en una corresponsabilidad diferenciada, que lleve a que sean fructíferos y contribuyan “al progreso del Pueblo de Dios en una perspectiva participativa”.

A partir de ahí se habla de transparencia, para generar confianza y credibilidad; responsabilidad, en acciones y decisiones; y evaluación sobre los resultados de la misión. Para ello son colocados diversos instrumentos y mecanismos, diferentes órganos de participación, que garanticen la adopción de una metodología de trabajo sinodal, favoreciendo “una mayor implicación de las mujeres, de los jóvenes y de quienes viven en condiciones de pobreza o marginación”.

La conversión de los vínculos

Sobre la conversión de los vínculos, se parte de que “la Iglesia no puede entenderse sin estar enraizada en un territorio concreto, en un espacio y en un tiempo”, sin obviar la nueva realidad social marcada por el contexto urbano, la movilidad humana, la cultura digital, advirtiendo que “las redes sociales pueden ser utilizadas para intereses económicos y políticos que, manipulando a las personas, difunden ideologías y generan polarizaciones agresivas”, lo que “nos exige dedicar recursos para el encuentro digital”. Igualmente se reflexiona sobre el significado y dimensión de la Iglesia local, vista como hogar, que acoge e incluye, y las articulaciones que forman parte de ella, como es la parroquia y otras instituciones y organismos.

La Iglesia es propuesta “como una red de relaciones a través de la cual circula y se promueve la profecía de la cultura del encuentro, de la justicia social, de la inclusión de los grupos marginados, de la fraternidad entre los pueblos, del cuidado de la casa común”, lo que exige compartir los bienes, intercambiar los dones “hacia la unidad plena y visible entre todas las Iglesias y Comuniones cristianas”. En una Iglesia sinodal con diferentes ritmos, en la que las conferencias episcopales y asambleas eclesiales son vistas como vínculos para la unidad, destacando la riqueza de las asambleas continentales realizadas durante el proceso sinodal. El Documento presenta los modos de ejercicio del ministerio del Obispo de Roma a la luz de la sinodalidad, su relación con las Iglesias locales y con otras Iglesias, haciendo diversas propuestas para avanzar en ese camino, que apuestan en una “saludable descentralización”. En ese sentido, se subraya como fruto del actual Sínodo la intensidad del impulso ecuménico.

Llamados a la misión

El último capítulo es un llamado a la misión, a la que se envía como discípulos misioneros, pues la sinodalidad “implica una profunda conciencia vocacional y misionera, fuente de un estilo renovado en las relaciones eclesiales, de nuevas dinámicas participativas y de discernimiento eclesial, así como de una cultura de la evaluación, que no puede establecerse sin el acompañamiento de procesos formativos específicos”. Para ello se necesita formación “integral, continua y compartida”, que va más allá de conocimientos teóricos. Eso demanda prestar atención a los espacios y prácticas formativas, además de ambientes y recursos, y ser realizada en la perspectiva de la comunión, misión y participación. Se resalta la importancia de configurar la formación de los seminaristas en un estilo sinodal, de formación para el entorno digital y en la cultura de tutela y protección, así como em la doctrina social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la casa común y el diálogo intercultural e interreligioso.

Una sinodalidad que en la Iglesia se convierte en profecía social, inspirando nuevos caminos también para la política y la economía, la fraternidad y la paz. Algo que pasa por las relaciones, por vivir y testimoniar juntos, por relaciones auténticas y vínculos verdaderos. De hecho, “caminando en estilo sinodal, en el entrelazamiento de nuestras vocaciones, carismas y ministerios, y saliendo al encuentro de todos para llevar la alegría del Evangelio, podremos experimentar la comunión que salva”.


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