En la localidad italiana de Sacrofano, durante la reciente Asamblea de la Unión de Superiores Generales (USG), el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, ofreció una intervención sobre el actual camino sinodal de la Iglesia: la vida consagrada, afirmó, es un verdadero “motor de esperanza” para una Iglesia que busca renovar su rostro desde la sinodalidad, la corresponsabilidad y el compromiso con los más vulnerables.
La Iglesia que camina con el pueblo
Durante su exposición, el Card. Grech remarcó que el proceso sinodal llegó a la etapa de la recepción: “Ya no basta con escribir documentos o aprobar resoluciones. Hace falta que el Pueblo de Dios viva y encarne esos contenidos en su día a día”, puntualizó. En este sentido, la vida consagrada, por su diversidad, presencia territorial y experiencia comunitaria, se convierte en un actor privilegiado para facilitar esta recepción.
“La Iglesia no es un bloque homogéneo que se impone desde arriba. Es el Pueblo de Dios, que se encarna en cada pueblo y cultura”, expresó el cardenal, resaltando la necesidad de una Iglesia que escuche, se descentralice y se construya desde lo local.
Consagrados en clave sinodal
Uno de los aportes que el Card. Grech remarcó fue el testimonio sinodal interno de los institutos religiosos. La vida comunitaria, con sus mecanismos de discernimiento, elecciones, búsqueda de consenso y corresponsabilidad, constituye, según el cardenal, una “escuela de sinodalidad” que puede inspirar a las Iglesias locales.
Esta relación mutua, que se ha fortalecido a lo largo del proceso sinodal, ha permitido a los consagrados integrarse más plenamente a las dinámicas pastorales de las diócesis, y a estas últimas, enriquecerse con la espiritualidad y los métodos participativos de las congregaciones.
La Iglesia que enfrenta sus heridas
Con valentía, el secretario del Sínodo abordó uno de los temas más delicados: la persistencia de dinámicas autoritarias y abusivas dentro de la Iglesia. “El abuso sexual no es un hecho aislado, sino la expresión más dramática de otros abusos previos: de conciencia, de poder, de libertad personal”, explicó Grech, haciendo eco de lo expresado en el Documento Final de la XVI Asamblea Sinodal.
Particularmente conmovedora fue su mención al sufrimiento de muchas mujeres consagradas, víctimas de estructuras patriarcales aún presentes en ámbitos eclesiales. Para erradicar estas heridas, no basta con medidas disciplinarias. Se necesita una transformación cultural basada en la sinodalidad: liderazgo compartido, rendición de cuentas, transparencia y espíritu comunitario, insistió.
Renovar la misión desde las periferias
El llamado a salir también fue protagonista. Inspirado en Evangelii Gaudium, el Card. Grech sostuvo que el Sínodo no puede encerrarse en documentos: debe llegar a las periferias. “El sueño del Papa es también el sueño del Sínodo: comunidades que no se repliegan sobre sí mismas, sino que se lanzan a llevar el Evangelio a todas partes”.
Los institutos religiosos, por su vocación y trayectoria, están particularmente llamados a protagonizar esta dimensión misionera: construyendo puentes con culturas diversas, acompañando a los excluidos y sembrando esperanza allí donde hay heridas profundas.
El Sínodo como horizonte compartido
Este mensaje, recogido por Vatican News durante la cobertura de la Asamblea de la USG, refuerza uno de los aspectos fundamentales de la sinodalidad: todos los carismas tienen un lugar y una responsabilidad en la construcción de una Iglesia más evangélica y participativa.
Estas palabras son valoradas como una confirmación del papel esencial de la vida consagrada en este proceso eclesial: no como espectadores ni como simples colaboradores, sino como protagonistas del nuevo rostro sinodal que el Espíritu Santo está inspirando en la Iglesia universal.
“El mundo necesita testigos que vivan el Evangelio con audacia, generosidad y espíritu de servicio. La vida consagrada tiene aún mucho que ofrecer en este horizonte”, concluyó el cardenal Mario Grech.
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