Monseñor Oscar Ojea fue uno de los miembros de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad, que concluyó su segunda sesión el pasado 27 de octubre. El obispo de San Isidro lo califica como una experiencia muy profunda, en la que le han impresionado algunas cosas que van decantando con el tiempo. “En primer lugar, uno se encuentra con la diversidad sociocultural de una manera extraordinaria, porque es la Iglesia Católica”, afirmó el prelado argentino.
Diversidad de expectativas
Ojea destaca la figura del padre Timothy Radcliffe, uno de los asesores espirituales de la Asamblea Sinodal, que “acentuó otras diversidades, que son las diversidades de expectativas que tenemos”. El miembro de la asamblea destacó la magnífica predicación del comienzo del Sínodo, “cuando nos habló de los encuentros con Jesús resucitado, que es la realidad por la que empieza todo paso importante en la Iglesia, encontrarse con Jesús. Él tomó el evangelio del encuentro de la Magdalena, de Pedro y de Juan con Jesús, y distinguió las expectativas de los tres”, algo que le pareció muy luminoso.
“María que lo busca porque añora la conviabilidad, lo extraña, añora su presencia y su figura, quiere verlo, quiere tocarlo. Juan que busca el sentido, es el apóstol joven que ve y cree. Evidentemente con la muerte de Jesús la vida había perdido sentido. Entonces, él busca ese sentido de la fe. Y Pedro, que viene con la carga de su pecado, de su negación, y que tiene que abrirse a la misericordia”, afirmo. En ese sentido, señaló que son tres expectativas, recordando que “las diversidades se ampliaban también, porque todos teníamos distintas expectativas con respecto al sínodo”.
Partir de la realidad y pedir perdón
Como segundo aspecto, Ojea resaltó que “partimos de la realidad, de la realidad que está viviendo el mundo, y esto se hizo presente en el acto penitencial. Este es un sínodo que empiezó con la conversión. Y el tema de la conversión es fundamental para poder tener esperanza en la vida cristiana”. A partir de ahí dijo que “me llamó la atención el acto penitencial, la contundencia de los testimonios. En el acto había víctimas de abusos, víctimas de maltrato, víctimas de la violencia de la guerra, y ellos mismos eran los que daban testimonio invitándonos a pedir perdón. Entonces la iglesia, que también participa del mundo, comienza a escuchar nuevamente en este sínodo, pero pidiendo perdón”.
El obispo recordó que “la primera etapa comenzó con la vigilia de oración ecuménica. Esta comienza con un pedido de perdón y con la conversión”, afirmando que “cada una de las partes del sínodo será un llamado a la conversión. Como todo llamado a la conversión será una propuesta de cambio de vida, la que dará la iglesia, pero la implementación la tendrán las iglesias locales”. Por eso, subraya que “el sínodo no termina, sino que el sínodo ha marcado líneas clarísimas para que las iglesias locales puedan ir implementándolas y adaptándolas a sus tiempos, a sus necesidades y a sus pasos”.
Llamada a la conversión
En este contexto, afirmó Ojea, “la conversión va a ser la conversión a lo vincular, la conversión a la relación, no a una iglesia burocrática, a una iglesia que es pura organización, sino una iglesia que es vida vincular y vida de relación”. Según el obispo, “luego estará el tema de la conversión a los procesos sinodales”, subrayando que “en esto sí me parece que hemos dado un paso”, citando como ejemplos, “el proceso del discernimiento comunitario, el proceso de la toma de decisiones y el proceso de la transparencia y evaluación”. Pero “sin una conversión verdadera, todo es inútil”, resalta el obispo de San Isidro.
En lo que se llama el corazón de la sinodalidad, destaca dos cambios fundamentales: “el primero es la incorporación de la espiritualidad de la sinodalidad. Esto es importantísimo porque el Papa Francisco insiste mucho en que el estilo que él quiere para la Iglesia del siglo XXI es este estilo sinodal”. Según Ojea, “hay dos categorías aristotélicas que el Papa va a resaltar en su pontificado. Una es la categoría de modo, de cualidad, el ejercicio, los modos son fundamentales, los modos hacen al contenido. Si no hay una actitud sinodal, de nada vale que haya cambios estructurales, porque perderán la motivación primera. Si no hay una verdadera actitud espiritual que me lleve a formar parte de una iglesia sinodal, entonces todo se echa a perder”.
Junto con la categoría de modo resalta la categoría de relación, que “son dos categorías de Aristóteles que en este tiempo la iglesia está como poniendo en juego continuamente”. Con relación al modo destaca el número 29 del Documento Final, que le parece “logradísimo para entrar en la espiritualidad de la sinodalidad. Sin esta espiritualidad, que tenemos que pedírsela a la Virgen, no vamos a poder vivir lo que sigue, que son las relaciones eclesiales, los vínculos, los procesos. Ni la conversión a las relaciones, ni la conversión a los procesos, todo esto será vacío sin esta espiritualidad”.
Escuchar a quien nadie escucha
Igualmente destaca el número 19, que es el tema de la opción por los pobres, subrayando que “se termina con la visión del pobre como que está enfrente mío, al que tengo que mirar, ayudar, y al que tengo que misionar”, lo que no ve como una mirada actual de la Iglesia, pues “una escucha sinodal debe comenzar por escuchar a aquellos a quienes nadie escucha. Si no aprendemos a escuchar a los que nadie escucha, jamás vamos a ser una iglesia sinodal, vamos a terminar escuchándonos a nosotros mismos. Por eso el ejercicio de esta escucha de los hermanos más pobres a quienes nadie escucha es fundamental para descubrir el sujeto de la evangelización”, recordando que “esto está en la línea del número 198 de Evangelii Gaudium, en el capítulo de la dimensión social de la evangelización, en el cual el Papa nos dice que tenemos mucho que aprender de los pobres, dejarnos evangelizar por ellos”, pareciéndole fundamental incorporarlo al Documento Final.
En el tema de las relaciones, destaca los avances, “comenzamos a pensar en una Iglesia viva que está atenta a los carismas que el Espíritu va provocando, a las vocaciones, a los ministerios, y que cada iglesia particular tiene que ir trabajando sobre estas necesidades y haciendo un discernimiento sobre ellas”. De cara al futuro destaca el tema la autoridad, afirmando que “la autoridad en la iglesia es necesaria, porque alguien tiene que tomar la última decisión y tiene que ser la última referencia después de un proceso de discernimiento detenido y atento. Pero la autoridad no es incondicional, dice claramente en la parte de los procesos. Esta autoridad que necesariamente escucha el consejo de pastoral en la parroquia, que escucha el consejo diocesano. que van a ser obligatorios, que escucha a los laicos que necesitan participar”.
La participación de todos aumenta la fuerza evangelizadora
“Esto hace que la misión, que es el motivo de la convocatoria del sínodo, ser sinodales para la misión, al aumentar la participación del laicado y de los distintos carismas puestos en ejecución, al aumentar la participación en las decisiones, aumenta la fuerza evangelizadora. Ya dejan de ser cosas que se le han ocurrido a una persona o que el espíritu le ha inspirado a una persona, a una moción particular, sino que pasan a ser asumidos por una comunidad que toma toda la responsabilidad”, subrayó Ojea.
En ese punto, considera sumamente delicado el tema del proceso de discernimiento comunitario. Según el obispo, “el discernimiento comunitario pasa a ser necesario para que la autoridad sea autoridad. La autoridad no puede prescindir de este discernimiento comunitario. El discernimiento comunitario no puede ser un arma que la autoridad utiliza para convalidar la decisión que ya tiene tomada anteriormente, no puede reunir a los laicos para justificar o para usar una estrategia que justifique o que apoye lo que él ya ha decidido, la decisión que él ha tomado. Si no que él tiene que partir con sinceridad de un diseño claro del tema que se va a discernir, tiene que abrirse a la escucha atenta de las miradas del laicado y del análisis que le van proporcionando. Y cuando llega el momento en que debe tomar una decisión, esta decisión tiene que ser explicada de tal manera que vuelva a ser el recorrido de la escucha y esté justificada la decisión en función de la escucha”.
“Esto supone una tarea de la autoridad muy, muy delineada del orden del servicio”, según el obispo de San Isidro. Para él, “la autoridad es un servicio que surge de la escucha del pueblo de Dios. No es algo que viene desde arriba, impuesto, con una inspiración individual y vertical. Sino que justamente la vocación del ministro ordenado es la vocación de crear la atmósfera para suscitar la sinodalidad. Es un hacedor del alma de la sinodalidad, es un experto en vivir este servicio, provocando esta sinfonía de diversidades, que se puedan expresar, sentir parte de la iglesia, sentirse parte de la misión”. Desde ahí insiste en que “en este momento en que la iglesia necesita tanto recuperar su ardor misionero, el hecho de haber vislumbrado esta participación del laicado puesta en ejercicio, es fundamental para recobrar la fuerza de la misión”. Ojea enfatiza que “el ministro ordenado está al servicio de esta vocación”.
Transparencia en todos los ámbitos
Otra cuestión que abordó en su reflexión fue el de la transparencia. Se trata de “un proceso de la transparencia, de la evaluación, transparencia que no solamente se refiere a lo económico, sino a lo pastoral y a la responsabilidad moral”, cada uno según sus carismas, vocaciones y ministerios, algo explicitado en el número 55 del Documento Final. El obispo argentino considera fundamental en el Sínodo, clave para este momento de la iglesia, el tema de la recuperación de la confianza. “En un tiempo en que la iglesia ha perdido credibilidad, claramente por el tema de los abusos, abusos de todo tipo, que no excluyen el abuso sexual, pero incluyen el abuso de poder, el abuso de conciencia, todo tipo de maltrato, la degradación de la mujer, en fin, hay una enorme cantidad de puntos en los que como cultura y como sistema hemos creado, alimentado, por supuesto sin darnos cuenta, hemos heredado un sistema cultural que favorece el no rendir cuentas, la impunidad”.
Algo que en opinión de Ojea, “aparece primero en cosas pequeñas y poco a poco va tomando la dimensión del hombre, del ministro ordenado que cree que realmente tiene poderes para rendir cuentas solo ante Dios, sin mirar el daño que se puede hacer a los hermanos”. Como ejemplo de eso cita que apareció en el sínodo el que hay denuncias que se hacen a los sacerdotes que son falsas. Frente a eso recordó una vista del Cardenal Ladaria a la Argentina hace seis años, siendo prefecto de la Congregación de la Fe, en la que dijo al episcopado argentino que, tratándose de delitos graves, en la Santa Sede, las denuncias sobre abuso de menores eran ciertas en más de un 95%. Si esto era así, el obispo pide “estar atentos para no decir livianamente que muchas acusaciones son injustas o son para perseguir a la Iglesia”.
Importancia del respeto
En esa coyuntura se refiere a la actitud de algunos sacerdotes que dicen estar indefensos. Frente a ello afirma con firmeza: “nosotros como Iglesia tenemos que tratar en la formación de ordenar personas maduras, no niños que necesiten cierto tipo de protección, para lo cual nos tiene que defender solamente la vida. Es la vida la que lo defiende a un hombre frente a ciertas cosas elementales que tienen que ver con el respeto, con el no avasallar al otro, con el no eliminarlo, con el no tratarlo como si no existiera, con el no hacerle un daño que seguramente va a durarle toda la vida”. De ahí la necesidad de “volver a una formación sacerdotal que tenga un cuidado particular en este tipo de madurez afectiva y no en una persona inmadura, que asume una responsabilidad inmensa, pero que al mismo tiempo es consciente del daño que puede provocar en algunas personas, pensando que solamente le rinde cuenta a Dios, porque es un consagrado o un ser especial o privilegiado”.
Ojea dice sin ambages que “esto es lo que tenemos que eliminar, porque si no, no hay reconstrucción posible de la confianza, no hay confianza posible”, viendo ese número 55 como logradísimo. Tras citar el texto, resaltó que “si nosotros podemos vivir esta profunda conversión a los procesos, a las relaciones y, por supuesto, la conversión al Señor, a Jesús resucitado, seguramente vamos a aportar un grano de arena para que la transformación de la realidad, que es el objetivo de la misión de la Iglesia, la podamos lograr a través de esta experiencia de encuentro profundo con el Señor resucitado”.
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