Se ha reabierto la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad. Después de dos días de retiro, la Plaza de San Pedro acogió la Misa de apertura de la Segunda Sesión con la presencia de quienes hasta el día 27 discernirán lo que el Espíritu está indicando para ser una Iglesia más sinodal y misionera, una Iglesia del Pueblo de Dios.
Escuchando la voz del ángel
En su homilía, el Papa Francisco comenzó su reflexión a partir de tres imágenes: la voz, el refugio y el niño. Dios invita a su pueblo a escuchar la «voz del ángel» que Él ha enviado, dijo el Papa en el pasaje del libro del Éxodo en la primera lectura, afirmando que «es una imagen que nos toca de cerca, porque el Sínodo es también un camino, durante el cual el Señor pone en nuestras manos la historia, los sueños y las esperanzas de un gran pueblo: de nuestras hermanas y hermanos esparcidos por el mundo, animados por la misma fe, movidos por el mismo deseo de santidad, en el sentido de tratar de comprender, con ellos y para ellos, cuál es el camino a seguir para llegar a donde Él quiere llevarnos», preguntándose: «¿Cómo podemos escuchar la ‘voz del ángel’?»
Francisco propuso «abordar con respeto y atención, en la oración y a la luz de la Palabra de Dios, todas las contribuciones recogidas a lo largo de estos tres años de intenso trabajo, de compartir, de confrontación de ideas y de paciente esfuerzo para purificar la mente y el corazón». Según el Papa, «se trata, con la ayuda del Espíritu Santo, de escuchar y comprender las voces, es decir, las ideas, las expectativas, las propuestas, para discernir juntos la voz de Dios que habla a la Iglesia». Insistió una vez más en que «no se trata de una asamblea parlamentaria, sino de un lugar de escucha en comunión«, citando a san Gregorio Magno: «lo que alguien tiene en parte en sí mismo, otro lo posee completamente, y aunque algunos tienen dones particulares, todo pertenece a los hermanos en la caridad del Espíritu».
Armonía en la diversidad
El Papa ve una condición para que esto suceda: «liberarnos de todo lo que, en nosotros y entre nosotros, pueda impedir que la ‘caridad del Espíritu’ cree armonía en la diversidad«, afirmando que «quien con arrogancia presume y reclama la exclusividad en la escucha de la voz del Señor, no puede escucharla. Por el contrario, cada palabra debe ser recibida con gratitud y sencillez, para convertirse en un eco de lo que Dios ha dado en beneficio de nuestros hermanos y hermanas».
Para ello, pidió «tener cuidado de no transformar nuestras contribuciones en terquedad a defender o agendas a imponer, sino ofrecerlas como dones para compartir, dispuestos también a sacrificar lo particular, si esto sirve para hacer nacer algo nuevo juntos, según el plan de Dios. De lo contrario, acabaremos encerrándonos en un diálogo de sordos, donde cada uno trata de ‘llevar el agua a su molino’ sin escuchar a los demás y, sobre todo, sin escuchar la voz del Señor».
«No tenemos la solución a los problemas a los que hay que enfrentarse, sino Él«, subrayó Francisco, que pidió recordar que «en el desierto no se juega: si alguien, presumiendo de ser autosuficiente, no presta atención al guía, puede morir de hambre y de sed, arrastrando también a otros consigo. Escuchemos, pues, la voz de Dios y de su ángel, si realmente queremos continuar con seguridad nuestro camino más allá de los límites y las dificultades».
Dar la bienvenida a los que necesitan calor y protección
Hablando del refugio, que aparece en el salmo del día, definió las alas como «instrumentos poderosos, que con sus movimientos vigorosos pueden levantar un cuerpo del suelo. Pero, a pesar de ser tan fuertes, también pueden agacharse y recogerse, convirtiéndose en un escudo y un nido acogedor para los niños pequeños, necesitados de calor y protección«, que simboliza la acción de Dios por nosotros y nos llama a imitarlo, especialmente en este tiempo de asamblea.
Reconociendo la riqueza de las personas bien preparadas, «una riqueza que nos estimula, nos impulsa y a veces nos obliga a pensar más abiertamente y a avanzar con decisión, pero también nos ayuda a permanecer firmes en la fe incluso frente a los desafíos y las dificultades», el Papa insistió en que «es un don que debe estar unido, a su debido tiempo, con la capacidad de relajar los músculos y de agacharse, para que cada uno pueda ofrecerse a los demás como un abrazo de acogida y un lugar de refugio«.
Según el Papa, la libertad de hablar espontánea y abiertamente proviene de la presencia de amigos que aman, respetan, aprecian y quieren escuchar lo que cada uno tiene que decir. Algo que va más allá de una técnica para facilitar el diálogo, porque sabiendo que «abrazar, proteger y cuidar es parte de la naturaleza misma de la Iglesia, que es, por vocación, un lugar hospitalario de encuentro«, es necesario en la Iglesia «lugares de paz y abertura”.
Vuélvete pequeño como un niño
Analizando la imagen del niño, que «Jesús ‘pone en medio’, que muestra a los discípulos, invitándolos a convertirse y a hacerse pequeños como ellos», lo ve como una respuesta a la pregunta de quién era el más grande en el reino de los cielos, «animándolos a hacerse pequeños como un niño«, y a acogerlos para acogerse a sí mismo. Algo que considera fundamental, dado que «el Sínodo, dada su importancia, en cierto modo nos pide ser ‘grandes’ -en la mente, en el corazón, en las visiones- porque los temas a tratar son ‘grandes’ y delicados, y los escenarios en los que se insertan son amplios, universales».
En vista de esto, «no podemos dejar de mirar al niño, al que Jesús sigue colocando en el centro de nuestros encuentros y de nuestras mesas de trabajo, para recordarnos que el único modo de estar ‘a la altura’ de la tarea que se nos ha confiado es hacernos pequeños y acogernos como tales, con humildad». Esto se debe a que «precisamente haciéndose pequeño Dios “demuestra lo que es la verdadera grandeza, más aún, lo que significa ser Dios’«, dijo el Papa, citando a Benedicto XVI. Francisco definió a los niños como «un ‘telescopio’ del amor del Padre».
Por último, invitó a pedir «que vivamos los próximos días bajo el signo de la escucha, de la custodia recíproca y de la humildad, que escuchemos la voz del Espíritu, que nos sintamos acogidos y que acojamos con amor, y que no perdamos nunca de vista los ojos confiados, inocentes y sencillos de los pequeños, de los que queremos ser voz, y a través de los cuales el Señor sigue apelando a nuestra libertad y a nuestra necesidad de conversión».