Mártires, testigos de sinodalidad

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Por: Rodolfo Ascanio Merchán*

5 de septiembre de 2024

Cuando escuchamos las palabras ‘martirio’ o ‘mártir’, entendemos que se refieren a personas que dieron testimonio de su fe hasta ser asesinadas. Esta muerte se encuentra en razón de su seguimiento de Jesús hasta configurarse como Él y tener su mismo destino.

También comprendemos que el asesinato de Jesús nos lleva a preguntarnos, como lo hiciera Ignacio Ellacuría: ¿por qué matan a Jesús?. La respuesta es amplia, pero decir de modo sinóptico que fue por su mensaje, palabras y acciones. 

Jesús muere a causa del mensaje y la práctica a favor de la justicia y la misericordia por los que sufren, por las víctimas de la injusticia y del horror deshumanizante del pecado. Jesús es representado como el prototipo de mártir, y por eso, se identifica la vida de los mártires con la de Jesús. Su respuesta es histórica, aunque tiene un gran trasfondo teológico, espiritual y pastoral.

Sin embargo, es importante caer en cuenta de que las vidas de los mártires como la de Jesús tienen una característica común: el martirio no es posible sin comunidad, y la comunidad no es posible sin sinodalidad.

Escribiendo desde El Salvador, no puedo dejar de hacer esta lectura del martirio desde nuestro santo, profeta y mártir Monseñor Óscar Arnulfo Romero. San Romero es testimonio y testigo de una fe vivida sinodalmente, aún cuando en su tiempo esta palabra no fuese muy utilizada, pero sí vivida.

Sentir con la Iglesia

Monseñor Romero, nombrado obispo auxiliar de San Salvador en 1970, adoptó el lema “Sentir con la Iglesia” como guía de su ministerio. Este lema refleja su compromiso con los sufrimientos de su pueblo y su conexión profunda con la comunidad eclesial. Implica un enfoque sinodal, donde la escucha y el acompañamiento a los que sufren son fundamentales.

Romero vivió este lema enfrentándose a las autoridades políticas y a las élites económicas, en defensa de los derechos de los oprimidos. Criticó abiertamente las injusticias y abogó por la paz y la justicia social en El Salvador. Esta postura le generó tanto apoyo popular como conflictos con otros miembros del episcopado y del gobierno.

Con este pueblo no cuesta ser buen pastor

La cercanía de Monseñor Óscar Romero con el pueblo fue fundamental en su ministerio. Se sintió acogido y respaldado por la comunidad, que nunca lo abandonó. Romero reconocía la importancia del pueblo de Dios al afirmar que “el pueblo es mi profeta”, entendiendo que en su voz se manifiesta la voz de Dios. Esta conexión lo llevó a escuchar activamente las inquietudes y necesidades de su gente, aplicando constantemente un enfoque sinodal.

Para preparar sus homilías dominicales, Romero se reunía con sacerdotes, religiosas, comunidades y representantes de organizaciones populares, lo que le permitía dar cuerpo y rostro a sus palabras. De esta manera, el Pueblo de Dios se sentía identificado con su mensaje, y sus reflexiones eran validadas en su caminar como Iglesia

En 1979, antes de escribir su última carta pastoral, Misión de la Iglesia en medio del país, como parte del proceso de escucha, envió una encuesta a las comunidades para conocer su experiencia de fe. Admiró de su pueblo la “madurez, esa audacia, esa opción preferencial por los pobres, esa riqueza de ideas que ustedes me han dado en esa consulta”, lo que demuestra la importancia que otorgaba a la voz del pueblo como guía de la Iglesia. Romero aprendió a escuchar a su pueblo, reconoció su sabiduría y vivió la sinodalidad en su ministerio junto al pueblo.

Esta voz del pueblo no solo le inspiraba, sino que también lo comprometía a ser la voz de los sin voz. Romero se convirtió en un auténtico micrófono de su comunidad, caminando al mismo ritmo que ellos. Su espiritualidad se calibró para estar en consonancia con el Espíritu del pueblo de Dios, lo que se reflejó en su capacidad para dejarse afectar por las experiencias de dolor y sufrimiento de su gente. Se dejó cargar por la realidad, conexión que transformó su manera de ser Iglesia, llevándolo a un compromiso más profundo con la realidad.

La persecución de la Iglesia, signo de sinodalidad

La persecución de martirio de Monseñor Romero tiene profundas causas históricas que lo llevaron, a él y a toda la Iglesia profética, a vivir el martirio. Para Romero, esta persecución, aunque dolorosa, era necesaria, ya que indicaba que su Iglesia estaba encarnada en el misterio pascual de Jesús. Él afirmaba: “Me alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida, precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres”. Además, advertía que “una Iglesia que no sufre persecución, sino que disfruta de los privilegios y el apoyo de la tierra, ¡tenga miedo! No es la verdadera Iglesia de Jesucristo”.

La persecución que enfrentó Romero simbolizaba su identificación con el pueblo, caminando junto a ellos y luchando por sus causas. En esencia, ser uno con el pueblo, es decir, ser y sentirse Pueblo de Dios. 

Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño

No podemos concebir la muerte sin la resurrección, ya que, de lo contrario, nuestra fe sería vana. Cuando Romero afirma: “si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, se refiere a que el pueblo mantendría vivo su legado, su mensaje y su lucha. Esto no solo se debe a que él formaba parte de la comunidad, ni porque la representara, sino porque compartía con ellos las mismas razones en su resistencia contra la injusticia y la muerte. Romero asumió el sufrimiento del pueblo, convirtiéndose en su voz, y al hacer suyo su mensaje, el pueblo integra la resurrección como un horizonte salvífico en sus esperanzas.

Muchos mártires latinoamericanos forjaron su experiencia de fe y su praxis de liberación a partir de una comprensión de su ministerio en una Iglesia constitutivamente sinodal. Su martirio se originó en un profundo proceso de escucha al pueblo, de hacerse uno con él y de caminar en medio de ellos. Su martirio no puede entenderse sin ese caminar juntos como Pueblo de Dios: mártires y pueblo, pueblo de mártires.

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